"La fotografía es verdad, y el cine es verdad veinticuatro veces por segundo"
Francois Truffaut
Próxima parada Sunset Boulevard exclamó el conductor con voz castrense mientras frenaba. Preciosas jóvenes, intelectuales del East End, fornidos granjeros, universitarios rebotados formaban la cola de salida del autobús. Eran muy diferentes entre si, pero todos llevaban grandes maletas y optimistas sonrisas de un mismo sueño. Edward fue el último en bajar, cargaba con una vieja máquina de escribir y una pequeña maleta de tela. Buscaba con los ojos las colinas de Hollywood, era la época dorada de los estudios, un tiempo donde el cine respiraba auténtica magia antes de la caza de brujas y del despertar del sueño americano.
Había reservado una habitación en un pequeño motel, donde planeaba escribir la mayor historia de amor jamás contada. Se sentó frente a la vieja máquina lleno de ideas, que se iban desvaneciendo al mirar a aquel papel en blanco. Esta misma escena se repitió durante las dos siguientes semanas, el dinero ahorrado empezaba a escasear. Recordó entonces la profecía de aquella adivina cíngara. Vivirás de los sueños de los demás le dijo, y estupido de él se lo había tragado; se lamentaba de ser tan solo un juntaletras sin talento.
Necesitaba encontrar trabajo, estaba hambriento y le habían echado del motel hacía ya varias semanas. Vagabundeo por la ciudad hasta llegar a la puerta de un pequeño estudio. Había un anuncio solicitando un aprendiz de montador,y a pesar del miserable salario arrancó el cartel, y se presentó a la entrevista. El horario era extenuante, y el trabajo mecánico. Horas y horas dejandose la vista y la salud, en oscuras salas de fotografía.
El hambre le apretaba cada día un poco más, había adelgazado tanto que se tenía que atar los pantalones con un cordel. Una mañana que tenía libre en el trabajo volvió a pasar por la estación, y lo que vio le dejó el corazón roto. Los viajeros de vuelta eran guapas jovencitas embazadas, intelectuales sin ideas, universitarios alcoholizados...todos habían perseguido los sueños, y ahora volvían con la mirada vacía de esperanza. El oropel y la magia no se habían transformado, ya que nunca existieron más que dentro de todos aquellos soñadores.
El hambre era ya insoportable, así que agarro un montón de recortes de películas y se los empezó a tragar sin apenas masticar. No era lo más sabroso del mundo, pero al menos le había aliviado el apetito. Durante días y semanas comió a base de recortes,ya empezaba a diferenciar sabores y calidades...sus favoritas eran las escenas de la Garbo y la Dietrich. Eran tan frías en pantalla, y tan vivas fuera de ella se decía mientras las devoraba. Estaba montando una ópera prima, cuando se fijó en la frase que decía el protagonista "está hecho del material del que se hacen los sueños". Y la frase de la adivina había cobrado sentido.
Francois Truffaut
Próxima parada Sunset Boulevard exclamó el conductor con voz castrense mientras frenaba. Preciosas jóvenes, intelectuales del East End, fornidos granjeros, universitarios rebotados formaban la cola de salida del autobús. Eran muy diferentes entre si, pero todos llevaban grandes maletas y optimistas sonrisas de un mismo sueño. Edward fue el último en bajar, cargaba con una vieja máquina de escribir y una pequeña maleta de tela. Buscaba con los ojos las colinas de Hollywood, era la época dorada de los estudios, un tiempo donde el cine respiraba auténtica magia antes de la caza de brujas y del despertar del sueño americano.
Había reservado una habitación en un pequeño motel, donde planeaba escribir la mayor historia de amor jamás contada. Se sentó frente a la vieja máquina lleno de ideas, que se iban desvaneciendo al mirar a aquel papel en blanco. Esta misma escena se repitió durante las dos siguientes semanas, el dinero ahorrado empezaba a escasear. Recordó entonces la profecía de aquella adivina cíngara. Vivirás de los sueños de los demás le dijo, y estupido de él se lo había tragado; se lamentaba de ser tan solo un juntaletras sin talento.
Necesitaba encontrar trabajo, estaba hambriento y le habían echado del motel hacía ya varias semanas. Vagabundeo por la ciudad hasta llegar a la puerta de un pequeño estudio. Había un anuncio solicitando un aprendiz de montador,y a pesar del miserable salario arrancó el cartel, y se presentó a la entrevista. El horario era extenuante, y el trabajo mecánico. Horas y horas dejandose la vista y la salud, en oscuras salas de fotografía.
El hambre le apretaba cada día un poco más, había adelgazado tanto que se tenía que atar los pantalones con un cordel. Una mañana que tenía libre en el trabajo volvió a pasar por la estación, y lo que vio le dejó el corazón roto. Los viajeros de vuelta eran guapas jovencitas embazadas, intelectuales sin ideas, universitarios alcoholizados...todos habían perseguido los sueños, y ahora volvían con la mirada vacía de esperanza. El oropel y la magia no se habían transformado, ya que nunca existieron más que dentro de todos aquellos soñadores.
El hambre era ya insoportable, así que agarro un montón de recortes de películas y se los empezó a tragar sin apenas masticar. No era lo más sabroso del mundo, pero al menos le había aliviado el apetito. Durante días y semanas comió a base de recortes,ya empezaba a diferenciar sabores y calidades...sus favoritas eran las escenas de la Garbo y la Dietrich. Eran tan frías en pantalla, y tan vivas fuera de ella se decía mientras las devoraba. Estaba montando una ópera prima, cuando se fijó en la frase que decía el protagonista "está hecho del material del que se hacen los sueños". Y la frase de la adivina había cobrado sentido.