Thursday, October 12, 2006

Donde habite el olvido

Dos viejos amigos se encontraron el otro día, no recuerdan ya casi nada, ni voces ni caras amigas... tan solo existe el presente pues el pasado está siendo borrado. Pasean siempre del brazo de un familiar o una enfermera, y si no llega a ser por ellas ni siquiera se hubieran molestado en saludarse. Al hacerlo y trás varias explicaciones sobre el despiste, empezaron a hablar del tiempo, de la comida de esta mañana (pues no recordaban la de ayer) o de lo que les había ocurrido hace solo unos minutos.
Se despidieron con un abrazo y dieron media vuelta, brotaban de sus ojos unas pequeñas gotas que al instante los llenaron por completo. Imposible fue reconocer a aquel a quién durante la guerra salvó su vida para su memoria, pero no para su corazón.

Un beso

Estaba abstraído, como en otro mundo a pesar de estar en clase de filosofía o tal vez por ello. Sus ojos no dejaban de mirar a aquella chica que se sentaba unos pupitres más adelante. Sin más empezó a preguntarse por como sería el sabor de sus besos, el olor de su pelo, el sonido de su risa o el tacto de su lengua. Incluso se sorprendió poniéndole nombre a aquella casí desconocida, para él era Ángela.
Por fin se decidió a levantarse para hablar con ella. Intentando que su miedo no le dejase pegado a la silla, se acerco rápido y con decisión al lugar donde se sentaba. Empezó a hablar con un lígero tartamudeo a lo que ella respondió con una media sonrisa. A partir de ahí las palabras comenzaron a volar, a salir despedidas entre los dos como si no existiera nadie más. Descubrió que su nombre era Ana, que su pelo casi ensortijado olía a champú infantil, y que su risa sonaba como unos cascabeles movidos con gracia. Cuando por fin le dio un beso, se le lleno la boca de un amargo sabor a grafito.
Nunca se levantó, tan solo había estaba soñando despierto.