Había vuelto a perder su sombra, pero esta vez ni Wendy había podido cosérsela. Hacia tiempo que algo desconocido había empezado a crecer en su interior, y ahora le impedía volar. Sus sonrisas y bromas se hacían cada vez más espaciadas, contaba el tiempo minuto a minuto y sus pensamientos transcurrían en cosas antes banales. Discutía con Michael y John sobre la necesidad de normas, así como de otras cosas por el estilo. Un día empezaron a llegar facturas, más tarde abandonamos los juegos e historias para reunirnos en torno al televisor, así empezamos a dejar de hablar entre nosotros. Todo el mundo empezó a estar demasiado ocupado, y un día Campanilla nos dejó, pues en la realidad no hay lugar para las hadas.
La madurez por un niño perdido.